y ahora yo qué hago andreu escrivà

MConV recomienda: ¿Y ahora yo qué hago?

Como ya sabéis, sobre todo si nos seguís en redes o si recibís nuestra newsletter, estamos ya inmersos en la preparación del Estudio Marcas con Valores 2022. Entre todas las tareas que ello conlleva –desde la preparación de entrevistas en profundidad y focus group con expertos a encuestas ciudadanas o escucha social–, leer textos y libros para empaparnos del estado de la cuestión y de las principales tendencias es una de las más importantes para todo el equipo de inteligencia social.

Este año queremos compartir con vosotros todo el proceso de elaboración del estudio, y hemos pensado empezar precisamente por recomendaros algunas de esas lecturas. Una de ellas es Y ahora yo qué hago: guía rápida para evitar la culpa climática y pasar a la acción, un libro del divulgador Andreu Escrivà editado por Capitán Swing en el que aborda, con rigor y honestidad, lo que podemos hacer nosotros –y lo que debe hacer el sistema– para luchar contra el cambio climático, sabiendo que, ante un reto tan grande, muchas veces nos sentimos paralizados o impotentes, preguntándonos de qué sirve lo que hacemos como individuos. El autor da algunas claves para evitarlo, pero sobre todo analiza profundamente las razones para que los ciudadanos sigamos actuando y exigiendo cambios.

Hemos seleccionado uno de los fragmentos que hemos debatido y que queremos compartir contigo para invitarte a leer el libro completo. Puedes hacerte con él en tu librería favorita o en la página web de la editorial. Merece la pena.

Por Andreu Escrivà

Una de las grandes victorias del enfoque individualista ha sido que acabásemos concibiendo que, como individuos, únicamente teníamos capacidad de acción en nuestra parcela personal. Es decir: que la acción individual produce resultados individuales, y que lo máximo a lo que podemos aspirar es a agregarlos. Sin embargo, con la simple suma de aquello que podemos hacer cada uno no llegamos al nivel de transformación que necesitamos para evitar los peores escenarios climáticos en el siglo xxi. Nos quedamos muy, muy lejos.

De la misma forma que un montón de ladrillos no conforman una casa, ni un puñado de engranajes un reloj, miles o millones de acciones individuales no constituyen per se una transformación social de envergadura, al menos de la envergadura necesaria ante el desafío a que nos enfrentamos. Las propiedades emergentes de un sistema son aquellas que no pueden reducirse a las que poseen sus partes por separado. Hemos estado tratando de activar procesos sociales complejos mediante la suma simple, sin considerar las propiedades emergentes que es capaz de expresar la sociedad.

A la vez que la fragmentación social y el ensalzamiento de la individualidad nos impedían concebir una transformación colectiva ambiciosa, las críticas a las acciones personales confundían la acción individual con el enfoque individualista. Gran parte de lo que podemos tejer como colectivo empieza en lo personal, pero no como una mera adición, sino como un entrelazamiento de obras y quehaceres, como un proyecto compartido.

Una de las formas más sencillas y rápidas de provocar ese cambio es mediante las ondas hacia dentro y hacia fuera. En vez de utilizar las acciones individuales para dar lustre a nuestro comportamiento individual y marcar la casilla de haber hecho los deberes verdes, necesitamos ser conscientes del poder que aquellas tienen para hilar historias.

«Gran parte de lo que podemos tejer como colectivo empieza en lo personal, pero no como una mera adición, sino como un proyecto compartido»

En primer lugar, para generar ondas necesitamos hablar. Compartir lo que nos preocupa, mostrarnos vulnerables, exponer las incoherencias y también manifestar la determinación o incluso la osadía de adoptar un determinado hábito. Si bien la competencia puede jugar un papel en la promoción de comportamientos verdes, este suele ser puntual y asociado a eventos, no a la transformación de procesos (por ejemplo, un concurso entre escuelas o departamentos de una empresa para ver cuál separa mejor los residuos). Si decidimos comer menos carne para reducir el impacto ambiental de nuestra dieta, no nos lo quedemos callado, pero tampoco lo exhibamos como una muestra de superioridad moral. Mostrémosla como una conducta deseable, no ocultemos las dificultades ni las dudas que nos ha generado, animemos al resto a involucrarse. No cojamos a la gente por la solapa, diciéndoles que son egoístas o ignorantes por no hacerlo. Esa actitud nos puede reforzar en nuestra sensación de estar haciendo lo correcto (según parámetros subjetivos), pero a su vez aleja a nuestros interlocutores de ver el cambio como factible.

Y los necesitamos. Para crear nuevas normas sociales que proporcionen incentivos para actuar frente al cambio climático no podemos confiar únicamente en la competición, ni tampoco en la imposición, aunque puedan jugar un papel a la hora de acelerar los cambios. Contemos la historia de cómo hemos llegado hasta ahí, subrayemos lo deseable, atesoremos los avances aunque sean pocos, valoremos a quien lo intenta y lo consigue, pero también a quien no. Debemos crear una narración colectiva en la cual valga la pena intentarlo, que sea capaz de motivar a un porcentaje suficiente de la sociedad. Necesitamos una masa crítica para activar las acciones y la mutación de la percepción sobre qué es positivo y qué no, para distinguir toda la gama de grises que conviven en medio.

La segunda forma de generar las ondas es hacerlo hacia dentro. Muchas investigaciones sobre la incorporación de comportamientos verdes en nuestra vida diaria apuntan a un efecto rebote. Es decir: si hacemos un esfuerzo extra por reducir nuestro consumo eléctrico, es probable que acabemos usando más agua, y a la inversa. Si evitamos coger un avión, quizá nos demos un capricho cárnico por la noche, cuando lleguemos en tren a nuestro destino. Nos lo merecemos. Nos premiamos, puesto que hemos actuado bien (o así lo creemos). Y con ello, como resulta evidente, diluimos los efectos positivos de nuestras acciones, que incluso pueden ser sobrepasados por los negativos. Si de forma inesperada nos ahorramos un poco de dinero (por ejemplo, con un descuento no anunciado en una tienda de ropa), es muy posible que acabemos gastándonoslo en algo que no habíamos pensado (una camiseta en la misma tienda, un café en un bar al salir). Al final, seguimos sin disponer de ese dinero.

«Debemos crear una narración colectiva en la cual valga la pena intentarlo, que sea capaz de motivar a un porcentaje suficiente de la sociedad»

Necesitamos entender los mecanismos por los cuales no solo evitamos ese rebote, sino que conseguimos derramar las acciones ambientales dentro de nosotros mismos. Que una cosa lleve a la otra, y que ahorrar agua nos incite a disminuir nuestro uso de electricidad, no a aumentarlo.

Desde el colectivo de investigación climática Climate Outreach llevan años trabajando en este asunto. En un informe de 2019 titulado «Popularizando estilos de vida bajos en carbono» apuntan algunas claves. En primer lugar —y sobre ello volveremos luego—, las motivaciones detrás de los cambios comportamentales importan, y mucho. Resulta mucho más efectivo cuando las acciones son percibidas como una elección libre que cuando nos parecen impuestas. En segundo lugar, hay que conectarlas con nuestros valores, que son el pegamento fundamental con que dotar de coherencia a las distintas acciones. En tercer lugar, las acciones deben ser vistas como similares, y en ningún caso como elementos aislados. Es por ello que la construcción de una narrativa que las vincule es tan necesaria. Y en cuarto y último lugar, pero no por ello menos importante, sobre el debate de si es preferible empezar con pequeños cambios o con transformaciones de una cierta magnitud en nuestra vida diaria, la evidencia parece apuntar a lo segundo. ¿Por qué? Porque nos confiere una mayor sensación de compromiso y forja más sólidamente nuestra nueva identidad, otorgándonos mayor confianza a la hora de abordar los siguientes cambios.

Derrame, onda, salpicadura. La imagen, que curiosamente siempre tiene que ver con un líquido, es suficientemente gráfica. Actuar para que también esa acción sea percibida más allá de nosotros. Entender la dimensión múltiple de lo que hacemos, y no desdeñarla.

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