¿Cómo conjugar la sostenibilidad medioambiental y social? ¿Puede el sector de la movilidad contribuir a una sociedad más verde, pero también más justa e inclusiva? Un grupo de expertos abordaron las estrategias para conseguirlo en El impacto social de la nueva movilidad, el cuarto y último encuentro del I Foro Move de Movilidad Sostenible impulsado por ALD Automotive.
Si hace años sostenibilidad era la palabra de moda omnipresente en todas las reuniones estratégicas de las compañías, hoy tiene una dura competidora en impacto. No solo se habla de cómo analizar y reducir al mínimo los impactos negativos en materias como las emisiones o residuos, sino de generar con la propia acción empresarial un impacto positivo en el ecosistema y, sobre todo, en las sociedades en las que se opera, fomentando la creación de empleo de calidad o tomando medidas para fomentar cuestiones como la inclusión o la igualdad, por ejemplo.
El sector de la movilidad también se encuentra inmerso en una transformación profunda para ser actor de cambio y ayudar a generar cada vez un mayor impacto positivo. En materia de descarbonización, ya casi nadie cuestiona la necesidad de electrificación del parque de vehículos para reducir las emisiones, pero, a nivel social, aún queda mucho por avanzar. Entonces, ¿cómo medir el impacto y hacer que la sostenibilidad medioambiental y social vayan de la mano?
De todo ello se habló en El impacto de la nueva movilidad, la cuarta y última entrega del I Foro Move de Movilidad Sostenible, una serie de encuentros organizados por ALD Automotive en la que diferentes voces relevantes debaten sobre cómo abordar desafíos pendientes y repensar aspectos clave como la seguridad vial, la sostenibilidad o el bienestar en las ciudades.
«El gran reto que tenemos por delante es definir y conocer qué acciones tienen un impacto real y cuáles no. En el momento en el que nos encontramos, necesitamos tomar decisiones que nos empujen para que lo que estamos haciendo sirva verdaderamente para algo», planteaba Antonio Cruz, subdirector general de ALD Automotive para abrir el debate.
Ese es uno de los mayores desafíos, sobre todo en un contexto en el que todo el mundo quiere ser sostenible y comunicarlo, pero donde la multiplicidad de factores hacen de ello una tarea compleja. Cruz ponía un ejemplo: una compañía que hace una gran inversión para electrificar su flota con vehículos híbridos pero, al no realizar una formación sobre conducción eficiente, los empleados que tenían que recorrer grandes distancias terminaban usando gasolina. Con ello, a final de año, una buena medida sobre el papel resultó no serlo tanto: aumentó el consumo de combustible y, por supuesto, las emisiones. «La foto queda muy bien y sirve para contar lo que hacemos, pero no podemos tomar medidas solo cosméticas que no funcionen y que no ayuden a cumplir los objetivos comunes de descarbonización real», subraya.
El palo es la nueva zanahoria
Esos objetivos comunes están más claros que nunca: hacer que la temperatura global suba lo menos posible. Apenas unas semanas después de que terminase la COP27, el problema sigue siendo cómo conseguirlo en una economía que, aunque en transformación, sigue basada en los combustibles fósiles. Pese a que la cumbre no llegó a grandes acuerdos a nivel gubernamental, el lado positivo es que el resto de agentes y líderes sí se mostraron proactivos a tomar decisiones para materializar una transición ecológica y energética efectiva y justa. Y, para eso, medir es un primer paso fundamental.
«La pandemia supuso una redefinición del propio concepto de impacto, sobre todo al hablar de impacto social. Nosotros trabajamos para consensuar los criterios para medirlo: tiene que ser duradero, sistémico y significativo. Hace falta voluntad para distinguir acciones concretas o outputs de lo que verdaderamente es algo transcendente: una cosa es plantar cien árboles y otra hacer un seguimiento de que, en cinco años, todos siguen ahí», explica Carlota de Paula Coelho, manager en MAS Business.
En su opinión, aunque falte aún mucho camino por recorrer y los problemas a la hora de sacar adelante una taxonomía medioambiental –donde existe un bagaje de décadas en legislación e investigación– haga complicado que se haga realidad algo parecido en materia social, al menos a corto plazo, sí se están produciendo avances que invitan a creer en el cambio. «Ser bueno y hacer las cosas bien es lo correcto», concluye.
Si traducir esa filosofía a las decisiones corporativas es complejo, hacer que el consumidor la comparta y la ponga en práctica tampoco es mucho más fácil. Hay compañías que ya lo están intentando, usando su experiencia para generar cambios que impulsen la transformación. Fernando Martín, de la dirección de desarrollo de negocio de grandes cuentas de Caser, cuenta cómo están trabajando sobre el concepto de pago por buen uso que premie las buenas conductas de sus clientes. «Con ello queremos precisamente insistir en que hacer las cosas bien es lo correcto y que además tiene un rédito económico y social. En un entorno en el que asumimos que el modelo de propiedad está cambiando y la propiedad está perdiendo peso, sigue siendo importante cuidar las cosas y mejorar nuestra forma de actuar», explica.
En su caso, el objetivo es que ese pago por buen uso se convierta en impacto sobre el modelo de movilidad, desplegando el rol pedagógico de la marca. «Teniendo en cuenta que la prima de seguro puede suponer hasta el 30% del precio de un vehículo de renting, podemos construir sobre ello y que ayude a ver el mundo de otra manera, animando a conducir y a circular de una manera más adecuada para contaminar menos y alargar la vida útil del vehículo, por ejemplo», subraya Martín.
En la alegoría del palo y la zanahoria, asistimos a cómo lo que antes era el palo –las normativas– ahora también es un agente que estimula el cambio y que genera beneficios para la comunidad. Uno de los principales puntos de debate se encuentra en el uso de los datos para trazar perfiles de usuarios y sus comportamientos para premiarles o penalizarlos. En un entorno extremadamente garantista como la Unión Europea –cuyo RGPD es modelo global en materia de protección de datos–, el ecosistema piensa cómo aplicar correctamente las evidentes ventajas que ofrecen la tecnología y el big data sin vulnerar los derechos de los ciudadanos. «Es precisamente la legislación la que permite que las instituciones den, además de protección a la ciudadanía, soporte a las empresas para mejorar su conocimiento», explica Juan Luis Antolín, director de comunicación de PONS Mobility, que cita como ejemplo los usos de datos anonimizados para implementar mejores medidas de seguridad vial.
Poner cifras a las diferentes realidades puede ayudar a las instituciones nacionales y locales a pensar mejores medidas, pero también se necesita agilidad a la hora de aplicarlas. «Hablamos de que existe un tsunami regulatorio y es así pero, detrás de todo el bombardeo de noticias, tenemos una legislación que está bien armada, por ejemplo cuando hablamos de las zonas de bajas emisiones de las que tanto se habla y que tienen que entrar ahora en vigor. Ahora la tarea es que los ayuntamientos dejen de procastinar en su aplicación y aprovechen la coyuntura para replantear los nuevos modelos de ciudad en los que recuperen espacios para los peatones, hagan las calles más respirables y ayuden a que la movilidad sea sostenible y, sobre todo, accesible», apunta.
Un cambio de paradigma
Si, como cuantifica Antolín, sabemos que solo el 5% de los vehículos que entran al centro urbano son los responsables del 60% de las emisiones, la descarbonización de las ciudades es un imperativo para transformarlas hacia otras más sostenibles. El imperativo legal recogido en la Ley de Cambio Climático –que obliga a que todos los municipios de más de 50.000 habitantes establezcan una zona de bajas emisiones antes de finales de 2023– acelerará el proceso, pero muchos ayuntamientos aún tienen pendiente cómo hacerlo posible.
Una de las cuestiones clave en casi todas las ciudades es el relativo al transporte de última milla, que se ha incrementado exponencialmente en los últimos años con el auge del comercio electrónico y los pedidos online. Ahora que muchas empresas están descarbonizando sus flotas de vehículos para garantizar el acceso precisamente a esas zonas de tráfico restringido por emisiones, hay quienes lo hicieron de forma nativa y que pueden servir como una best practice que inspire al resto no solo al hablar de emisiones. Es el caso de Revoolt, una start up que ejemplifica que se puede descarbonizar la movilidad en el sector de la logística. «Estamos convencidos de que el impacto medioambiental va de la mano del social y laboral. Al principio nos tachaban de locos por cosas como usar vehículos eléctricos o por tener contratados a nuestros repartidores, ya que la mayoría de empresas como la nuestra funcionaban con riders autónomos», reconoce Ángel Sánchez, su CEO.
Hoy se muestra optimista en los cambios que se han ido generalizando en el sector y en las posibilidades cada vez más amplias que ofrece la tecnología para lograr que la logística sea cada vez más eficiente y sostenible. «Claro que es más barato tener falsos autónomos que contratar a tus trabajadores y pagarles salarios dignos: hacer las cosas bien es más caro que hacerlas mal. Pero nosotros hablamos de que hacer las cosas bien cambiará el paradigma de las compañías, incluso de su manera de entender los beneficios introduciendo métricas que vayan más allá de lo económico. Sabemos que es posible, pero tenemos que seguir trabajando en nuevos modelos que conjuguen el impacto medioambiental, social y laboral y generen un cambio en positivo», explica.
Hacer las cosas bien implica, para empresas y conductores, hacerse preguntas y reflexionar para darles la mejor respuesta. En la era de la infoxicación, el rigor es importante a la hora de tomar decisiones, pero también a la hora de encarar al futuro con esperanza. Rafael del Río, director técnico de Aedive (Asociación Empresarial para el Desarrollo e Impulso de la Movilidad Eléctrica), apela a los datos para convencer a los más escépticos de la velocidad a la que se está transformando la movilidad. «A finales de 2019, en España había 5.500 puntos de recarga. Ahora, pandemia mediante, hay más de 20.000. En el mismo periodo de tiempo, el parque total de vehículos eléctricos ha pasado de 83.000 a 300.000. Ahora mismo, nuestro país es el octavo en cuanto a puntos de recarga pública en Europa y el sexto en cuanto a infraestructura de recarga», cifra.
Para el experto, la clave es desmontar los falsos mitos y acabar con los mensajes que confunden a la ciudadanía y la anime a posponer la decisión de pasarse al eléctrico alegando cuestiones relativas al precio o a la falta de infraestructura, por ejemplo. «Ahora es el momento de hacer un análisis profundo y compartir el conocimiento. Si actuamos con rigor, lo más lógico sería apostar por la movilidad eléctrica. Hay gente que prefiere estirar la vida de su coche esperando a que las baterías mejoren, igual que sucede con los teléfonos cuando aguantas a que salga el siguiente modelo, pero es ahora cuando necesitamos renovar el parque de vehículos: si el coche nuevo te va a durar catorce años, compra un eléctrico», zanja.
La hora de la acción
Además de datos, para romper el discurso pesimista y movilizar a la acción, se necesita implicación de todas las partes implicadas, desde la ciudadanía a las instituciones, pasando por supuesto por el tejido empresarial. El movimiento BCorp, que aglutina a las empresas que quieren ser las mejores para el mundo trabaja desde hace años en crear comunidades de agentes del cambio. «Yo estuve en la COP27 de Egipto estos días y creo que la lección más importante que podemos extraer es que quizá los gobiernos no se pongan de acuerdo, pero los líderes sí lo hacen. Podemos decir que estamos pasando de la era del greenwashing a la del greenwishing: gente que quiere ser parte activa del cambio pero no sabe cómo hacerlo, porque son empresas que evidentemente necesitan beneficios, pero que desean hacer las cosas bien», cuenta Daniel Truran, embajador de BCorp en España.
Para él, una de las partes más importantes está en la comunicación: no solo se trata de contar que el dueño de Patagonia ha donado toda su fortuna a la lucha contra el cambio climático, sino de explicar que la consiguió haciendo las cosas bien, porque en el impacto positivo está un gran factor de rentabilidad para las empresas. El cambio de mentalidad y de hábitos de los consumidores actúa a menudo como un gran tractor, pero también lo hace que las propias empresas creen lazos potentes entre sí, creen comunidad y tomen decisiones. Entonces, los resultados llegan. «Creo que ese es el secreto y la razón por la que todos los miembros de BCorp estamos tan orgullosos y emocionados de pertenecer a este movimiento. Nos sentamos y quisimos hacer una ley para las empresas con propósito y, en diez meses, el Congreso estaba aprobando el reconocimiento legal de las SBIC (Sociedades de Beneficio e Interés Común). ¡Con lo difícil que es ponerse de acuerdo y sacar adelante una ley en España! Ese es solo un ejemplo que nos da impulso para seguir, pero no es el único: están ocurriendo cosas que no han ocurrido antes en todos los aspectos y los ciudadanos ya no quieren solo compañías que den un servicio perfecto, sino que contribuyan a cambiar las cosas y a generar un impacto positivo en la sociedad y en las personas. Y es el momento de hacer que eso ocurra», concluye.