Antón Costas

Antón Costas: «Solo a través del consumo consciente lograremos avanzar de forma clara hacia una economía planetaria»

Antón Costas nos recibe en el formato habitual de los tiempos de pandemia: a través de una pantalla. La serenidad que transmite el economista contrasta con el frenesí de su agenda, entre reuniones, artículos y entrevistas (las últimas, con Jordi Évole e Iñaki Gabilondo). Catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona (UB) y expresidente del Círculo de Economía de Barcelona, también cuenta con un buen puñado de libros en su haber. El título del último, El final del desconcierto: un nuevo contrato social para que España funcione (2017), suena hoy a ironía y a anhelo a partes iguales.

Por Laura Zamarriego, directora de contenidos editoriales de 21gramos y Marcas con Valores

Tu predicción es que el PIB español se desplome entre un 6% y un 10% a lo largo de 2020, una caída mayor que la que se produjo tras la Guerra Civil. ¿Cómo y cuándo crees que se producirá esa recuperación? ¿A qué se refiere el Gobierno cuando dice que tendremos una V asimétrica?

Decía John Galbraith que lo único que consiguen los economistas al hacer pronósticos es legitimar los horóscopos. Siempre es muy difícil hacer pronósticos, pero ahora es más complicado aún por dos motivos. En primer lugar, porque tenemos una gran parte de la economía que está cerrada, y mientras no se abra no se puede prever de una manera mínimamente fiable cuál será la caída del PIB. A grandes rasgos, lo que estimamos es que por cada mes que una economía europea esté cerrada, el PIB anual decae alrededor de un 3%, dependiendo a su vez del tipo de economía: si tiene más industria, la caída será menor; si tiene más servicios, la caída será mayor. Si estimamos que ese cierre durará más o menos cinco meses (hasta julio), de ahí que consideremos un 10% de caída. En segundo lugar, no sabemos cómo se van a comportar los consumidores a partir del momento de apertura. Porque un comercio, un restaurante o un motel pueden abrir, pero ¿volverán los clientes a entrar en esos establecimientos de la misma forma? En algunos casos no. ¿Viajarán de forma inmediata como lo hacían antes, en avión? Probablemente no. A partir de ahí, la mayor esperanza es la idea de una recuperación en forma de V: la economía se cierra, los consumidores desaparecen, cae la actividad, la economía toca fondo y rebota de nuevo rápidamente. Eso sería lo ideal. Lo pensábamos en febrero, pero a partir de marzo, esta forma la perdemos. ¿Cuál veo ahora más probable? Una raíz cuadrada: cae la actividad, tocas fondo, te elevas en los dos trimestres siguientes y después continúas con una línea un poquito inclinada o plana. Se le conoce también por el anagrama de Nike, pero no quiero hacer yo publicidad de marcas [ríe].

Dices que los Gobiernos están ayudando de una forma antes nunca vista a las empresas y que estas deberán corresponder a esa ayuda con un nuevo contrato social. ¿Cómo se teje ese pacto? 

Prácticamente todos los Gobiernos están inyectando transferencias en las familias y en las empresas en una cuantía que no habíamos visto hasta ahora, ni en el caso de la crisis financiera de 2008. Hay por lo tanto un apoyo económico extraordinario por parte de los Gobiernos y de la sociedad en su conjunto, tanto en gasto directo –con los ERTE se han nacionalizado las nóminas en gran parte, pasando a ser el Gobierno el pagador último de los salarios– como a través de moratorias fiscales y otro tipo de subvenciones. ¿Por qué lo hacen? No lo hacen para mantener los beneficios de las empresas, sino para atender el interés general, para mantener vivos los contratos laborales; si bien no la actividad, sí la estructura empresarial. Pues bien, las empresas, a mi juicio, tienen que corresponder a este esfuerzo extraordinario que están haciendo los Gobiernos y la propia sociedad. Hay quien podría decir que ya tienen unas normas a las que han de ajustarse, que ya pagan salarios, y que eso ya es un contrato social. No, eso era antes, ahora tiene que haber un principio de reciprocidad, que no de solidaridad. ¿Cómo? Con un nuevo tipo de conducta como empresa, fortaleciendo esa relación de justicia con tus trabajadores, manteniendo y fortaleciendo las relaciones con tus proveedores y con tus clientes. Y también corresponder al esfuerzo que la comunidad en la que desarrollas tu actividad está haciendo. Ese contrato social consiste, por tanto, en expresar a través de políticas empresariales tu compromiso con la sostenibilidad social y medioambiental.

¿Por qué es importante, ahora más que nunca, no relegar a un segundo plano la Agenda 2030, regida por los Objetivos de Desarrollo Sostenible?

¿Por qué las empresas han de adquirir este compromiso más intenso? En primer lugar, por su propio beneficio. Podemos decir por una especie de egoísmo altruista, de egoísmo consecuente, de egoísmo inteligente, porque si no lo hacen, la pérdida de confianza de la sociedad en el sistema de libre empresa será muy fuerte. Y la historia nos dice que, cuando la sociedad pierde la confianza en las empresas, siempre aparecen poco después manifestaciones políticas de tipo muy regulatorio, muy proteccionista, muy intervencionista. Si quieres mantener esta actividad a largo plazo, has de corresponder al apoyo que te da la propia sociedad. Podría sacar otro tipo de argumentos morales, o bondadosos, pero me gustaría focalizar especialmente ese egoísmo consecuente de las empresas en la búsqueda de estos nuevos compromisos.

«Sin entrar en cuestiones de naturaleza moral, la empresa ha de adquirir una especie de egoísmo consecuente, si se quiere, de egoísmo altruista»

Son muchas las voces que, desde diferentes posiciones ideológicas, llaman a la reinvención del capitalismo.

El capitalismo no es eterno, sencillamente tiene los siglos contados. Necesita ajustes, pero no reinventarse. El esfuerzo no debería ir dirigido a cambiar el sistema por otro, sino a retocarlo, especialmente en lo que se refiere a la creación y distribución de riqueza, para que la fuerza del motor llegue a las cuatro ruedas. Lo que ha sucedido en las últimas décadas es que la capacidad de ese motor para crear riqueza la ha transferido básicamente a una de las ruedas, a los accionistas. Hay que reajustar el sistema capitalista para que reparta bien, a los accionistas, pero también a los trabajadores, clientes y proveedores, a la comunidad.

«El capitalismo no es eterno, sencillamente tiene los siglos contados. Necesita ajustes, pero no reinventarse»

Con más razón cuando las desigualdades que ya existían van a acentuarse o cristalizarse a raíz de esta pandemia. ¿En qué grado tomar medidas de recuperación que no tengan en cuenta criterios de justicia social puede tensar las cuerdas de la democracia y derivar en eso que tú llamas «cólera social»?

Antes de esta situación de crisis humanitaria, tendríamos que haber sido muy conscientes de que las desigualdades, y no solo la desigualdad de renta y de riqueza, ya estaban incorporando un resentimiento muy fuerte que se focalizaba hacia eso que se llamó «las élites». Ese resentimiento era evidente y estaba teniendo ya sus manifestaciones políticas en términos de debilitar a la democracia. Esas personas, con razón resentidas, se preguntan: ¿qué ha hecho usted –la democracia– por mí? Me ha dejado abandonado en la cuneta, sin empleo, sin capacidad de tener ingresos. Dado que no ha hecho nada, voy a utilizar mi voto apoyando otras opciones políticas que es posible que en el futuro sean más perversas de lo que tengo, pero al menos hoy por hoy me ofrecen la promesa de protegerme frente a esos vientos terribles de la desigualdad, de la tecnología, de la globalización. Esa cólera ya está afectando claramente a nuestras democracias en el aumento del apoyo político a lo que llamamos opciones de extrema derecha, populistas, xenófobas. El riesgo ahora es que esta situación en los próximos meses y años pueda acentuar aún más si cabe ese resentimiento.

«La cólera social ya está afectando a nuestras democracias. El riesgo ahora es que la crisis acentúe ese resentimiento»

Esta pandemia ha puesto en evidencia muchas cosas, como el injusto reconocimiento de los trabajos relacionados con el cuidado o la importancia de repriorizar la seguridad y la salud. ¿Sabremos crear sistemas sociales con la suficiente raigambre para el futuro que viene?

Esta doble crisis sanitaria y económica vinculada al coronavirus ha acentuado una fractura social que puede ser muy peligrosa, entre los trabajadores esenciales, pero mal pagados, aquellos que podemos teletrabajar con seguridad y con mejores ingresos y los que no son ni esenciales ni tienen seguridad, que trabajan en la economía informal sin tener ningún reconocimiento. El peligro ahora es que la desigualdad se cuele de forma más intensa a través de estas grietas que han aparecido. Debemos atender cuidadosamente esta fractura; de lo contrario, las desigualdades y, por tanto, el resentimiento social y el populismo político autoritario se van a fortalecer de una manera muy notable.[/vc_column_text][vc_video link=»https://vimeo.com/415872556″][vc_column_text]Otro elemento que se ha puesto en evidencia es la fragilidad de las ciudades respecto a eventos de esta naturaleza. Paradójicamente, ahora miramos a esa España vacía que se está despoblando como un edén en el que muchos querríamos estar.

Debemos traer a foco de cámara la importancia de la desigualdad territorial. Nos habíamos concentrado especialmente en las desigualdades personales, de renta y riqueza. Después ya empezamos a focalizar en las de oportunidades o las que traía la nueva pobreza. Pero dejamos de lado durante mucho tiempo las territoriales. Y hubo tres eventos que probablemente fueron decisivos para darle la importancia debida: el triunfo de Trump, que se apoyaba en el resentimiento de muchas personas blancas, trabajadores manuales de Estados Unidos cuyo nivel de bienestar y vida comunitaria habían quedado arrasados por el fenómeno de la globalización y la deslocalización de puestos de trabajo; el bréxit, que también puso de manifiesto la cólera de los antiguos territorios manufactureros industriales de Reino Unido; y los «chalecos amarillos» en Francia. Por tanto, la desigualdad territorial es un aspecto muy importante a tener en cuenta y de futuro. Hay un cuarto riesgo que puede acentuar la desigualdad: las políticas contra el cambio climático, si no se enfocan bien, pueden hacer recaer los costes de la lucha contra el calentamiento global en los mismos que ya se vieron perjudicados por todos los procesos de desindustrialización o de globalización.

«Durante mucho tiempo nos concentramos en las desigualdades de renta y riqueza, después empezamos a focalizar en las de oportunidades, pero dejamos de lado las territoriales»

¿Te ofrece esperanzas esa nueva Alianza de Recuperación Verde que plantea que la lucha contra la emergencia climática sea el eje sobre el que pivoten las medidas que se tomen para salir del desastre económico?

Sería muy bonito pensar que esta doble crisis nos va a traer un mundo mejor. Tenemos que estar vacunados contra esta idea bondadosa. El coronavirus no va a traer por sí solo una sociedad mejor, no nos va a cambiar como personas por sí mismo. Las personas tenemos unas preferencias y una visión de cómo debería ser el mundo que no cambia el coronavirus. Al revés, puede producir lo que Daniel Kahneman, el psicólogo y premio Nobel de economía, llama sesgos de confirmación. Una situación como esta, en vez de cambiarnos, puede reafirmar nuestras propias creencias previas. Deberíamos ser capaces de combinar el imperativo de la crisis medioambiental con el imperativo que trae ahora la crisis humanitaria. Hay que trabajar para unir esas dos luchas. Pero hay un posible error por parte de gente bondadosa: a la vista de que el cierre de la economía ha mejorado el medio ambiente, es muy tentador pensar que la forma de arreglar la contaminación y el calentamiento global es pararlo todo. Sí, y si los humanos desapareciéramos, también sería una forma estupenda [ironiza]. El único camino para luchar tanto contra la pandemia, la actual y las futuras, como contra el cambio climático, es el conocimiento, en términos de vacunas, en términos de conductas sociales que tendremos que adoptar y en términos de cómo gestionar la economía para que, siendo capaz de crear riqueza y progreso social, sea también capaz de corregir esas externalidades o efectos no deseados.

«El único camino para luchar contra la pandemia, al actual y las futuras, como contra el cambio climático, es el conocimiento»

El impacto del modelo de desarrollo de los siglos XIX y XX nos dice que urge impulsar un cambio en nuestra manera de producir y consumir para hacer compatible el progreso con los límites del planeta. Para que el progreso, en efecto, se pueda llamar progreso.

Tenemos tres grandes instrumentos. De uno ya hemos hablado: el contrato social de la propia empresa. En segundo lugar, la propia regulación pública, y en tercer lugar –y te diría que probablemente es una dimensión con más fuerza que la dos anteriores– la responsabilidad que tenemos como consumidores, como consumidores conscientes. Es muy importante exigir este tipo de responsabilidad, que es nuestra. Tenemos que incorporar en nuestra conducta cotidiana, en la forma en que consumimos los bienes y servicios y en el tipo de bienes y servicios que consumimos, criterios de sostenibilidad social y ambiental. Si no somos capaces como consumidores de ser exigentes con nosotros mismos, es muy difícil pensar que solo con la regulación pública podremos hacer frente a este imperativo categórico, kantiano, de respetar los activos planetarios que hemos recibido, que no son nuestros, sino que tenemos alquilados y que hemos de dejar a las siguientes generaciones. Sin responsabilidad individual no se podrá avanzar mucho. Es posible que haya en algún momento un gobernante o político con sentido altruista y de interés común, pero habrá otros alrededor que no lo tendrán. Solo desde cada uno, a través del consumo consciente, lograremos avanzar de una forma clara hacia esa economía planetaria que muchos deseamos pero que aún no es una realidad.

En el III Estudio Marcas con Valores hablábamos de un fenómeno que bautizamos «el círculo de la culpa», que se produce al externalizar la culpa siempre en el otro, ya sea el Gobierno, las empresas o nuestro vecino. Si bien no crees que esta crisis nos vaya a cambiar necesariamente a mejor, ¿seremos al menos más conscientes de nuestra vulnerabilidad y de nuestras interdependencias, de nuestra condición de terrícolas?

Insisto que en nuestras sociedades hay gente que sigue pensando que el mundo es plano. No solo algunos dirigentes alocados piensan que el cambio climático es una conspiración progresista. Hay muchas personas que no creen que esté producido por la actividad humana. Nuestras sociedades son muy variadas, pluralistas y complejas en cuanto a sus visiones del mundo. Es necesario tenerlo en cuenta para no caer en ese progresismo tonto de pensar que un evento dramático, por sí mismo, nos hace a todos mejores, que nos hará repensar nuestra moralidad y cultura política. Aquellos que quieran cambiar tendrán que ponerse al frente de la manifestación para exigir, para presionar. Defiendo cambios graduales, concretos, en muchos ámbitos de nuestra vida. Necesitamos propuestas políticas mejores para conseguir que la economía sea mas conciliable con el planeta y para conseguir que la prosperidad que genera el capitalismo sea inclusiva y compartida. Pero para eso no necesitamos revoluciones, ni de la moral, ni del sistema político ni del conocimiento. Eso a lo único que lleva es a la melancolía y a desviar energías, ilusiones y ambiciones. Hay que identificar ideas razonables a las cuales les podamos poner detrás políticas razonables, que tengan un apoyo amplio.

«Nuestras sociedades son muy complejas. No caigamos en ese progresismo tonto de pensar que un evento dramático, por sí mismo, nos hace a todos mejores»

Si en tu opinión no necesitamos revoluciones, tampoco necesitaremos líderes… pero sí liderazgos. ¿Cómo deben ser esos liderazgos? 

El liderazgo hay que entenderlo como aquella capacidad que tienen algunas personas para hacer a todos los demás mejores: a sus compañeros, empleados, ciudadanos, alumnos. Esos son los verdaderos liderazgos que tenemos que buscar y apoyar. Si no, frente al liderazgo democrático, cada vez más personas van a apoyar los otros liderazgos, los de hombres fuertes. Los que ejercían Hitler o Franco. Y el liderazgo de los hombres –y mujeres– fuertes es muy peligroso. Esto no es una revolución, es una guerra. Las revoluciones implican unos días de fiesta, como la francesa o la de octubre; una guerra implica unos objetivos planificados, programados. Tenemos que desarrollar guerras para hacer una economía más inclusiva y sostenible.

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