LA GLOBALIZACIÓN DEL CIUDADANO ÉTICO

Hoy, podemos hablar de un ciudadano más empoderado, informado e inteligente. Pero ¿cómo impulsar un consumo consciente y comprometido con los desafíos globales en un momento de desconfianza generalizada hacia las grandes corporaciones y los políticos?

PorPablo Sánchez | Director de B Lab Spain

¿Vivimos en el mejor momento de la historia de la humanidad o estamos en los albores de una crisis sin precedentes? Aunque ciertamente hay una buena batería de datos que demuestran cómo indicadores básicos sobre vida, salud, prosperidad, paz y conocimiento han mejorado no solo en países occidentales, sino en todo el mundo en las últimas décadas, disponemos también de suficientes evidencias que señalan graves desajustes sociales y desequilibrios ambientales que señalan un futuro incierto que reclama nuevos paradigmas y liderazgos. Es muy probable que el ritmo de la globalización se acelere e intensifique en los próximos años y, por tanto, debemos cambiar los fundamentos de nuestro sistema si no queremos ser protagonistas de una grave crisis.

En el sistema capitalista actual, la economía ha querido ganar el pulso a la ética. La supremacía de los resultados económicos en la gestión empresarial, por encima de otras consideraciones, confronta en muchas ocasiones el interés individual con el bien común. Este modelo empresarial global debe reorientarse. Como agente social, la empresa no puede ser única ni exclusivamente un actor enfocado en la generación de beneficios económicos –necesarios para su existencia, pero insuficientes para su definición–, sino que debe de ser un actor que persiga la justicia social y capaz de utilizar su capacidad de innovación para descubrir y crear soluciones a problemas económicos, sociales y ambientales.

«El ciudadano ético es aquel que, cuando toma una decisión, es consciente de que forma parte de un todo mayor que él»

La redefinición de la empresa pasa necesariamente por elevar y trasladar esta visión desde la ciudadanía a la empresa (y, por supuesto, al resto de instituciones sociales y políticas), exigiendo integrar y compaginar el interés individual con el colectivo. Pero, ¿cómo se va a lograr redefinir esta función si aquellos que han sido los principales beneficiados por el sistema económico y ostentan el poder son los que definen las políticas y medidas que moldean nuestro modelo económico y empresarial?

Desde mi punto de vista, hay dos tendencias que apuntan al optimismo. La primera es la emergencia del ciudadano ético: aquel que, cuando toma una decisión, es consciente de que forma parte de un todo mayor que él y se decanta por aquellas decisiones que logran corresponder su propio beneficio con el de ese todo. La manifestación más clara se produce en el ámbito del consumo y el interés creciente por saber qué valor social o ambiental se genera tras el producto que se compra. Por supuesto, estas actitudes no son todavía mayoritarias, pero precisamente la uniformidad de la globalización de la sociedad de consumo permite acelerar estas actitudes localmente.

El segundo elemento es el reconocimiento por parte de algunos de los actuales líderes empresariales y políticos del agotamiento del modelo económico vigente, que pone en riesgo la supervivencia y sostenibilidad de las propias organizaciones empresariales. Ejemplos como la adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el incremento de la inversión de impacto o la emergencia de nuevos modelos empresariales como el promovido por las empresas B Corp son señales de este cambio. El mundo de las finanzas tampoco es ajeno y el acuerdo del Plan de Acción sobre Finanzas Sostenibles de la Comisión Europea también está dirigido a alcanzar los objetivos del Acuerdo de París y de la Agenda de la Unión Europea para el desarrollo sostenible.

La agenda global pasa por crear una prosperidad compartida que logre mayor bienestar, distribuir la riqueza y garantizar sistemas de protección social. Para ello, la ética y la economía no han de realizar ningún pulso, sino que deben sumar sus fuerzas en una misma dirección. Apostemos por la globalización del ciudadano ético como el gran motor del cambio.


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