David Calle (Madrid, 1972) estudió para ser ingeniero de telecomunicaciones, pero, una vez terminada la Universidad, no se alejó de las aulas. Desde hace más de una década ejerce como profesor en una academia, actividad que compagina con los vídeos que graba para ‘Unicoos’, su canal de YouTube, a través del cual ofrece clases gratuitas de ciencias. Su proyecto, que cuenta con más de 900.000 suscriptores, le valió una nominación a los Global Teacher Prize 2017, conocido como el ‘Nobel de Educación’. Además, la revista Forbes lo ha incluido entre las cien personas más creativas del mundo. Conversamos con él sobre cómo educar con valores, inspirar y enseñar a los jóvenes en un mundo en el que Internet siempre tiene una respuesta.
Por Marta González-Moro & Laura Zamarriego
«Imaginaos lo que hubiese hecho (o no) Newton con un móvil»
Has reconocido públicamente que llegaste a suspender matemáticas. Si hubieses llegado a tener un profesor ‘youtuber’ ¿te hubieras librado del ‘cate’?
Probablemente sí. Aprobé matemáticas porque me apunté a una academia de apoyo, como la que tengo yo ahora. Allí me encontré con un profesor maravilloso que me dio mucha caña. Creo que todos necesitamos ayuda en nuestra vida de estudiantes y las tecnologías nos aportan un montón de posibilidades. Siempre les digo a mis alumnos: «Imaginaos lo que hubieran hecho Newton o Copérnico con un móvil». Habría sido increíble… O no. A lo mejor habrían estado todo el rato jugando a la PlayStation y nunca habrían sido lo que fueron. YouTube te permite ver los vídeos a tu aire y adaptarlos a tu ritmo. Es una herramienta que muchos chavales y profesores ya están utilizando. Si yo hubiese tenido acceso a ella, seguramente habría perdido el tiempo viendo vídeos de gatitos, pero me hubiese ayudado con las matemáticas. Y en la Universidad también, porque aprobé física a la quinta. Casi me echan.
José Antonio Marina habla de «analfabetismo funcional tecnificado»: si bien la tecnología es una herramienta potentísima, al final, detrás de ella siempre están las personas.
Las nuevas generaciones, incluso nosotros, tenemos las oportunidades tecnológicas para poder ser mejores. Esto es algo que nunca ha tenido la historia de la humanidad. El problema es que hay que enseñar a los jóvenes a utilizar Internet y las redes sociales de una manera responsable y ayudarlos a tener sentido crítico. Hay que perderle el miedo a las nuevas tecnologías y empoderar a los jóvenes; solo así podremos sacarles un partido brutal. Lo que no tiene sentido es que hoy se siga enseñando ciencia igual que hace 30 años, cuando no había Internet, o que convirtamos a los niños en máquinas de memorizar y de calcular en un siglo en el que ya no hace falta. Está muy bien que les enseñemos matemáticas básicas, raíces cuadradas, derivadas e integrales. Pero ¿por qué no les enseñamos para qué sirven? ¿Por qué no les contamos cómo vuela un avión, qué es un GPS o cómo nos localiza el móvil, que se basa en un sistema que tiene que ver con la trigonometría? Si no les enseñamos cosas que los motiven más, esta generación se rinde y desconecta muy rápido. Entonces, se preguntan: ¿y esto para qué sirve, si lo tengo en Internet?
Hablas de potenciar las posibilidades tecnológicas, pero existe una brecha generacional entre profesores y niños, que son nativos digitales, la conocida como Generación Z: el primer presidente de Estados Unidos que han conocido era negro y hablan y asumen como innegociables temas como la diversidad de género o de orientación sexual. Es una generación que da por hecho muchas cosas que nosotros hemos tenido que aprender. ¿Cómo conjugar en un mismo espectro al nativo responsable y digital con el que no lo es?
Con empatía. Es lo primero que debe tener un profesor. Claro que hay una diferencia generacional, pero, si eres empático, tratas de ponerte en su piel y entenderlos, puedes llegar a ellos. En mis vídeos intento poner referencias de superhéroes, de sus series favoritas o del último documental de Netflix que han visto. Si te ven muy lejano te enfrentas al rechazo, y es mucho más fácil explicarles algo si estás en su mundo, no en el tuyo. La clave está en que no te vean como un enemigo, sino como alguien que está allí para acompañarlos y ayudarlos a que alcancen sus metas. A veces tratas de poner distancia porque crees que así conseguirás que te respeten, pero lo harán mucho más si ven en ti un esfuerzo de acercarte a ellos.
Se abren otras alternativas educativas como la escuela democrática y otras metodologías no convencionales en las aulas. Todas ellas tienen en común el fomento de la escucha activa y participativa de los alumnos.
Se debe acabar esa dinámica en la que el profesor habla y los alumnos solo escuchan. Eres mejor profesor cuando escuchas a tus alumnos: los chavales se sienten más protagonistas de su aprendizaje si forman parte activa de la clase o si les dejas trabajar en equipo y que cada uno aporte lo mejor de sí mismo. Muchos se sienten inútiles en clase y piensan que no van a aprobar nunca o que no sirven, pero en trabajos en grupo pueden sacar lo mejor de sí mismos. Hay chavales que a lo mejor no sacan muy buenas notas, pero que tienen unas capacidades que, si no los escuchas y los dejas trabajar en equipo, no vas a poder descubrir. Como padre y como profesor, creo que nuestra labor es ayudarlos a descubrir su vocación, su talento o su don. Cuando lo descubren, son imparables.
«No permitimos los ‘smartphones’ en las aulas porque tememos que los niños hagan lo mismo que nosotros»
Podrían catalogarse esas enseñanzas en una educación con valores en la que el rasgo identificativo es la perspectiva colaborativa. En un siglo como el XXI, en el que los desafíos son tan titánicos que, o lo hacemos entre todos, o no podremos afrontarlos, ¿cómo superar esa tendencia que existe hacia el refuerzo exclusivo del individualismo?
Hay un proverbio africano que dice: «Si quieres llegar rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado». Los grandes avances de la humanidad se han conseguido en equipo. Einstein no lo hizo solo y, aunque Neil Armstrong fue el primero en llegar a la Luna, había un equipo de personas detrás de ese logro. La individualidad es importante, no puedes dejar que el grupo la eclipse ni que el miedo te impida aportar lo que te hace diferente. Los niños están sometidos a una gran presión para no equivocarse y así pierden muchísima iniciativa y se vuelven poco proactivos. Hay que decirles que no pasa nada por confundirse, que no tengan miedo a equivocarse y que el error es la mejor forma de aprender. De ahí, y de aceptar la crítica –tanto hacerla como recibirla–, es de donde surge el progreso.
¿En qué medida la desigualdad de oportunidades frena el desarrollo de ese talento?
Empecé a colgar vídeos en YouTube –algo que al principio me daba vergüenza por miedo a las críticas– cuando, al inicio de un curso escolar, cerca de 40 alumnos se desapuntaron de la academia porque, con la crisis, sus padres no podían pagarla. Entonces, aparté la vergüenza y nació Unicoos, y si sigue existiendo es porque todavía hay una necesidad de igualar las oportunidades para llegar a la educación superior o a la universidad. No puede ser solo para aquellos que tienen recursos económicos.
¿Es la educación, por tanto, el factor corrector de la brecha en la casilla de salida?
Es la única manera de que se limen las diferencias. Afortunadamente, esta generación es más solidaria y no le interesa tanto el dinero. Son mucho más inconscientes en ese sentido, pero les preocupa más disfrutar del trabajo, poder desarrollar su proyecto o los compañeros que puedan llegar a tener. Eso da más libertad. A mí me decían que debía estudiar telecomunicaciones porque iba a ganar más dinero, y seguramente lo haría, sí, pero yo soy más feliz siendo profesor.
Estamos viviendo una ola de cambio tan grande que no podemos si quiera saber cuáles serán los trabajos del futuro. ¿Cómo podemos enseñar a los niños a que tengan unas herramientas para su futuro profesional desde el desconocimiento de lo que vendrá?
Darwin decía que la especie más fuerte no es la que sobrevive, sino la que mejor se adapta a los cambios. No tenemos ni idea de cuáles serán las profesiones del futuro, ni falta que hace: así es más divertido. Lo que hay que decir a los chavales es que, si se confunden, no pasa nada. Leí un estudio que afirmaba que las generaciones futuras van a tener que soportar tres o cuatro cambios de profesión. Eso exige capacidad de resiliencia y de adaptación y son unas habilidades que tenemos que inculcar desde ya. Además, hay que fomentar la creatividad. Somos de los países que más insiste en los contenidos, y por eso se nos rifan en el extranjero, pero nos adelantan por la izquierda y por la derecha a toda velocidad en cuanto a hablar en público o a trabajar en equipo. Hay que insistir en ello y abandonar los complejos que los españoles tenemos en otros países, porque somos una sociedad que tiene una gran capacidad para la improvisación, y eso está muy bien valorado en el extranjero.
¿Es un reto integrar los valores de una perspectiva ética en un espíritu crítico?
Hoy leía un libro de texto que explica que las estaciones tienen que ver con la distancia al Sol. Esto es falso. Por eso el espíritu crítico es el valor más necesario de todos. Debemos dejar a los alumnos que hablen y pregunten, eso sí, intentando que el mundo y las clases se parezcan lo menos posible a Twitter, donde la gente solo sigue y escucha a los que piensan como ellos.
«No tiene sentido que convirtamos a los niños en máquinas de memorizar en un siglo en el que ya no hace falta»
Hablas de un pensamiento único retroalimentado.
Las redes sociales están polarizando mucho la sociedad. Temo personalmente el momento en el que las nuevas generaciones entren al mundo virtual. Instagram no es un mundo real, pero es peligroso que cuando entren en Twitter caigan en una red en la que la gente solo se cree lo que le aplauden los que tienen sus mismas ideas.
Hablamos de los niños, pero el sentido crítico también debería inculcarse en los adultos…
A veces creo que, igual que se necesita un carné para poder conducir, deberían dar un carné para poder entrar en Internet [risas]. En Canadá, los niños tienen el teléfono en clase y son ellos los que deciden si lo utilizan o no. Aquí no está permitido porque tenemos miedo de que los niños hagan exactamente lo mismo que hacemos nosotros: gente que conduce con el WhatsApp o que lo utiliza en las comidas familiares. Somos demasiado irresponsables.
Las generaciones de ciudadanos que vienen están empoderadas a todos los niveles, pero un mayor poder siempre implica una mayor responsabilidad. ¿En qué grado se puede educar en la responsabilidad individual sin ser paternalistas?
Ahí soy pesimista. Los padres –y yo soy padre– protegemos a los hijos en exceso. Conozco a algunos que hacen los deberes con los niños, que tienen grupos de WhatsApp para comentar cuando hay examen y que les controlan la agenda. Les hemos hecho un flaco favor. La sobreprotección reduce la capacidad de responsabilidad del niño y así no aprenderá. Esta generación está acostumbrada al like instantáneo y, cuando lleguen al mundo real, les va a costar mucho asimilar las críticas de sus compañeros de trabajo o no sentirse valorados constantemente. Tampoco les enseñamos a aburrirse y, para evitarlo, les damos una tablet…
También resuena la importancia de enseñar a dar las gracias, fomentar la vocación de servicio, el refuerzo positivo…
Son importantes, pero hemos perdido el norte. No puede ser que les demos una medalla a todos los participantes de un torneo de baloncesto o que se les diga que no sigan metiendo goles al equipo contrario para no humillarlo. Uno se esfuerza por el premio: si todo el mundo va a ganar la misma medalla, se reduce el esfuerzo de superación para llegar a la excelencia. Hay que enseñarles a ganar, a perder y también a reconocer al que ha ganado.
Llevas ocho años educando. ¿Qué reflexión haces en torno a la brecha de género en las aulas? ¿Ha cambiado algo? Muy pocas mujeres llegan a las carreras relacionadas con las STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés).
Hemos llegado al punto en el que ninguna niña, por el hecho de ser niña, se siente inferior o cree que no puede llegar a hacer determinadas cosas, y para mí eso era la clave. Sigue habiendo una brecha, pero no por falta de capacidad. En mi caso, que es el de la ingeniería, solo hace falta insistir en que siendo ingeniero se pueden hacer cosas que ayudan a la sociedad. Porque, aunque sé que estoy generalizando, veo que las mujeres tienen una mayor necesidad de hacer bien a los demás o de ser más solidarias. Si no hay más ingenieras no es porque te digan desde pequeña que las chicas son de letras, sino porque no se ve impulsado ese lado humano. Se trataría de humanizar las STEM. Pero hasta que las mujeres no lleguen ahí, es difícil.
La empresa es un agente de cambio social. ¿Cuál es su papel en el ámbito de la educación?
Las empresas deberían acercarse a las aulas: explicar qué se hace en una factoría química, en un periódico…
Quizás existe un prejuicio en el ámbito educativo hacia la colaboración o intervención por parte de la empresa en el mundo escolar. ¿Se prioriza la barrera de la desconfianza antes de ver qué puede aportar una empresa?
El simple hecho de que un banco concreto hable sobre finanzas ya hace que la gente sea reticente a creerlo. ¿Por qué no dejamos que las empresas formen durante un año en las universidades a sus posibles futuros trabajadores? En otros países esto existe: empresas como Microsoft o Google imparten clases en todos los campus, invierten en proyectos. Con Unicoos, ninguna empresa se ha acercado a preguntarme en qué pueden ayudarnos. No tiene sentido que ninguna empresa haya apostado por mi proyecto o por otros proyectos educativos similares.
¿Cuál es el camino?
Cuando las empresas se acerquen a la educación tiene que ser por pura responsabilidad, no en un intento de beneficio o de ganar imagen de marca. También hay que insistir en el emprendimiento, animarlos a que hagan cosas nuevas y a que emprendan.
En España sigue siendo un gran reto.
Primero, hay que romper la barrera del éxito: entender que triunfar no es tener un cochazo, sino trabajar en aquello que te apasione.
«La universidad no puede ser solo para aquellos que tienen recursos económicos»
Una última reflexión de optimismo para todos aquellos que creen que la educación es un factor acelerador, compensador y corrector de las desigualdades: ¿qué nos depara el futuro?
Tengo muchísima fe en la generación que llega y solo espero que los que mandan empiecen a dotar a la educación de los recursos que necesita. Para fomentar la diversidad en una sociedad en la que los chavales son cada vez más diferentes entre sí –porque les da menos miedo serlo–, se necesitan recursos. Si no, hay muchos alumnos que se quedan por el camino. Se sabe que hay niños con dislexia, con déficit de atención, con altas capacidades… A todos hay que aprender a atenderlos y ayudarlos a que encuentren su don.
Este artículo se incluye en el especial “Mucho por hacer” de Ethic y Marcas con Valores.